Vivimos en un tiempo de desconfianza política con
inmensas ansias de poderío en el seno de los partidos, todos, que conforman el
hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Unos bien agarrados al poder y otros desmesuradamente
deseosos de poseerlo o manipularlo, lo que genera en la ciudadanía un ambiente
de apatía generalizada, que, mirada en ese espejo exento de valores, provoca inmensa
confusión...
La política, en verdad, nos la han ensuciado, ya es un
juego corrupto… Sí, no, no, sí… Bla, bla, bla… Mensajes que llegan a diario
destinados a estafar la seguridad institucional. Dentro de ese vaivén de la
ironía se mueve la vida ciudadana, pendiente siempre de los medios de
comunicación, casi aguantando la respiración.
Un ejemplo más: mientras
el Ayuntamiento de Ermua honraba la memoria de Miguel Ángel Blanco, en el
doloroso aniversario de su asesinato por ETA, Bildu, partido que todavía no ha
condenado la actuación de ETA, ha obtenido
la presidencia de una de las comisiones más simbólicas de las Juntas Generales de
Guipúzcoa, concretamente, de la de Derechos Humanos y Cultura
Democrática. Todo un traqueteo más de “secuestros”,
encarrilados por una conducta política indeseable…
Hace unas semanas el papa Francisco recordaba que la
política es “una alta forma de caridad”, en otras palabras, un servicio de
entrega para conseguir el bien común de la sociedad. Se dirigía al Encuentro de
católicos que asumen responsabilidades políticas. Y señalaba la necesidad de
rehabilitar la dignidad de la política. Urgen dirigentes políticos que vivan
con honestidad y pasión el oficio que han aceptado de las urnas. Que sepan
anteponer el bien común a los intereses partidistas y busquen por encima de
todo la justicia y el reconocimiento de los derechos, especialmente de los más
débiles y excluidos…
El compromiso político es, sin duda, la única herramienta
posible para avanzar en la consolidación democrática de las instituciones sobre
las que descansan los derechos ciudadanos. ¿Caerá en saco roto?
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